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sábado, 14 de marzo de 2015

El sello de los malditos




                                     
                           EL SELLO DE LOS MALDITOS

Ir por la vida sufriendo una enfermedad mental es llevar la marca de Cain. Es curioso como se ha sensibilizado a las personas sobre otras dolencias o, también, sobre lacras y prejuicios como la violencia de genero o la homofobia. Sin embargo la enfermedad mental sigue en una bruma.

Sea como sea, el trabajo de concienciación en otras áreas me da esperanza de que a lo largo del Siglo XXI la enfermedad mental dejará de ser tomado como algo peligroso. Y la cosa no va mal. La primera vez que acudí a un psiquiátrico, con dieciocho años y en plena noche, aquello desoló a mi familia por el aspecto que ofrecía; las paredes grises llenas de manchas y desconchones en las paredes, los pacientes vagando por los pasillos a las dos de la madrugada, con batas tan desgastadas como las paredes, llenos de sedantes y antisicóticos hasta las orejas. Mi madre se negó a dejarme allí ingresado. Y unos quince años después repetí la visita. En ese momento era un lugar limpio y bien cuidado, con motivos alegres aquí o allá, con profesionales que no brillaban por su ausencia, sino todo lo contrario, siempre presentes, y había hasta un jardín bien cuidado. En esa ocasión si me quedé, y aunque no fue la mejor experiencia de mi vida (fue horrible, ya lo he dicho en otras ocasiones) al menos me sentí cómodo.

Es el sello de los malditos. La tele lo grita, y mi psiquiatra se indigna, cada vez que hay un crimen horrendo los noticiarios dejan caer la coletilla de "el presunto tenía antecedentes psiquiátricos". Olé.

Si no está bien decir que todos los curas son pederastas, que todos los musulmanes son yihaidistas, que no todos los gitanos son ladrones, entonces; ¿por qué es tan temible para el público en general las palabras "enfermedad mental"?

En el CSM adonde acudo para mis visitas psiquiátricas hay siempre un tríptico disponible para nuevos pacientes en el que se explica que no está solo. Es un buen comienzo para el que se enfrenta por primera vez a esto, y es mejor porque también está pensado para familiares. Un pequeño paso más. Pero me gustaría más que saliese por televisión y en las vallas publicitarias. No sé que lema le pondría. Aunque para eso hay creativos.

Y digo yo; ¿todos esos personajillos públicos, desde el presidente del gobierno hasta la voz de moda, no han pasado nunca por una depresión o una crisis de nervios que le hayan recetado un orfidal? Si nuestros ilustres ciudadanos esconden como una lacra todo rastro de inestabilidad nerviosa, me parece normal que sigamos siendo la marca de Caín. Y es que he visto al rey en muchos sitios, hasta en cárceles, pero nunca de visita a un psiquiátrico. Tendrá miedo, supongo, y al fin y al cabo, ¿a quién le importamos si muchas veces hasta tus familiares te rehuyen y los amigos te abandonan? No quiero ser llorica, pero repetiré la pregunta; ¿a quién le importamos?

Otto Oswald

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