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viernes, 14 de noviembre de 2014

El ansia de morir


Prácticamente todos los que han pasado por una enfermedad mental han pensado en el suicidio alguna vez, y, pasado un tiempo, han hecho al menos un intento tímido de quitarse la vida.

En mi caso, la idea del suicidio me sorprendió por primera vez a los catorce años. La mezcla del miedo a la muerte y ansias de morir me han mantenido en una cuerda floja de dolor. Si; me he intentado suicidar varias veces, aunque no entraré en detalles aquí porque no es el lugar ni el momento.

El problema está en la desesperación. Me he sentido a veces tan inmerso en el miedo a la muerte que la única salida ha sido entregarme a sus brazos y a la guadaña que porta. Y es que tengo un terror mórbido a morir. Aun en este, digamos, ecuador de mi vida, me da la sensación de que me queda poco tiempo, y esa idea me quita el sueño y me destroza durante días. A estas alturas de la película ya apenas puedo ver por televisión la mayoría de series, películas o noticias en las que se hable de una muerte, ya sea de un bueno o de un malo. En los casos en los que me enfrento a ello, incluso en la ficción, me golpea una desazón sin igual que me recuerda que tengo fecha de caducidad, lo cual me enferma. Hace tiempo esta era la única idea; recordarme mi propia fugacidad. Sin embargo ahora es peor, pues sufro la muerte de cualquiera como la mía propia. No aguanto la idea de que alguien, sea como sea de cara a la sociedad, pierda la vida y caiga en la Nada que nos aguarda al otro lado. Esta idea de la Nada se me metió en el alma ya a los quince años, cuando me leí La Historia Interminable, de Ende. Para el que no conozca la novela, el centro del argumento está en que la Nada, un vacío absoluto, se come poco a poco el reino de Fantasía. Todo acaba bien, claro, cuando Bastian, el lector de la Historia Interminable y protagonista de la misma, salva a la Emperatriz. La cuestión es que ese concepto de Nada, de vació, de no existencia, me inundó ahogándome en él, y ya no me dejó. Bien es cierto que ya había coqueteado con la idea desde antes de esta lectura, aunque hasta entonces no se me hizo patente. ¿Cómo, entonces, alguien que acepta este criterio de después de la vida puede pensar en el suicidio?; bien, cuando llevas una semana casi en completa vela por temor a la Muerte, cuando ya no hay nada más salvo esa Nada inundando tus horas, cuando se acaban las lágrimas por miedo, en ese momento la idea de desaparecer no parece tan terrible.

Ahora está siempre patente, pero de otro modo. Pienso que me queda la mitad de la vida por delante, y aunque no sé que he hecho con la mitad de la vida que ya he pasado, me da la impresión de que voy haciendo las paces conmigo mismo, y de que, pasados los años, asumiré la idea de morir con buen talante y sin miedos.

Lo que no me abandona hoy por hoy no es la ideación de morir, sino la ideación de querer morir. Es decir, sufro tanto que (lo digo con miedo, por aquello de cuidado con lo que deseas) veo la muerte como única fuga. Esto es estúpido. Desde tiempos inmemoriales el ser humano se ha enfrentado al vacío de diversas formas, creando, por ejemplo, un Paraiso después del momento trémulo del último suspiro. Yo no tengo creencias religiosas, mi racionalidad lo impide. Otro modo es alcanzar la inmortalidad al estilo de Cervantes o de Alejandro Magno, participando en la Historia, con mayúscula, de modo que siempre se te recuerde. Esto también es efímero, pues no podrás disfrutar de tu triunfo una vez entrado en la Nada. Aun así persiste la idea de quitarme la vida, como un coqueteo mortal. No pretendo con esto decir que esa idea es normal, más bien pretendo servir de ejemplo; alguien con un miedo cerval a la Muerte que coquetea con ella. Terrible.

Supongo, como dije al principio, que todo el que tiene problemas de salud mental han pasado alguna vez por este trance de querer quitarse de enmedio. Pues bien, no lo magnifiquen ustedes, amables lectores, si son uno de ellos. No es nada magnífico, ni nos hace más interesantes, ni menos importantes, ni nada de nada. Tan sólo es un trance por el que debemos pasar todos los que sufrimos el dolor en vida que es no tener, a veces, la mente en su sitio.

Entiendase que no es necesario una enfermedad mental para ser un suicida en potencia. Cualquiera puede serlo en un momento de dolor, y la conclusión es la misma para todos; pregúntense si está preparado para afrontar el vacío, la Nada (perdonen el efecto moraleja).

Otto Oswald.

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